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miércoles, diciembre 06, 2006

Lo más importante


El trabajo es el mejor pretexto para justificar que no haya escrito nada en este blog, pero no es el único. Tampoco he subido música (y eso que ya había armado un soundtrack doble y toda la cosa). Eso es más fácil de explicar: mi ipod está de vacaciones. Lo que me pudre porque no puedo sacarme de la cabeza el disco Conductor de The Comas y no puedo escucharlo si estoy en la calle.

He estado repasando las películas de John Carpenter. Me sorprendió darme cuenta de que practicamente crecí viendo películas de Carpenter, y que me siguen gustando. Es interesante hacer este tipo de ejercicios. Te permiten recordar un poco el cómo eras en ese entonces, y en lo que te has convertido. No son sólo las escenas (la cabeza a la que le salen patas como de arácnido en The Thing, por ejemplo), sino las lecturas que hacemos de las películas. Hoy me parece increíble no haber visto a Lovecraft en In the mouth of madness, ni a Dick en They live. Para sobrellevar la sobredosis carpenteriana me bajé Las partículas elementales. Sí, la película. No sé si fue bueno, ya que hace menos de una semana terminé de leer el libro y me fue imposible evitar comparaciones. Supongo que para disfrutarla mejor debí esperar a que se diluyera el efecto de la novela. Diré poco sobre la película, salvo que me parece que se va a convertir en La insoportable levedad del ser de su generación, y que las actuaciones de Christian Ulmen(interpretando a Michel) y sobretodo de Moritz Bleibtreu (interpretando a Bruno) me parecieron excelentes. Ambos personajes resultan algo desagradables en la novela, sin embargo las actuaciones de Bleibtreu y Ulmen los hacen sino entrañables por lo menos simpáticos.

Ayer comencé El palacio de la luna, de Auster. Tenían razón quienes me lo habían advertido: es uno de esos libros que no puedes dejar de leer. Imprescindible. Fascinado con su lectura, pienso en los paralelísmos con mi vida: al igual que el personaje de Auster vivi solo durante mis días universitarios, en un departamento sin muebles, rodeado de libros y tiliches. También yo vivía casi del aire en esos días (una dieta estricta de platanos, naranjas, pan y tabaco), y mis conocidos me veían como un anacronísmo andante: una especie de ermitaño rocanrolero y marihuano. También yo pasaba mucho tiempo encerrado en ese departamento y si alguien tocaba a la puerta no me molestaba en abrir. También yo pasaba mucho de mi tiempo leyendo, pero hay una diferencia. En esos días estaba harto de la literatura, me parecía una estafa que ya no pensaba admitir, pero había un montoncito de libros de ciencia ficción en mi bodega. Uno de ellos era El hacedor de estrellas, de Olaf Stapledon, el otro era el primer volumen de cuentos completos de Philip K. Dick. Y no miento si digo que gracias a esos libros volvi a integrarme al mundo. Y que además recuperé el entusiasmo por escribir. Pero no fue lo único que me salvo la vida. Hubo también una mujer, y eso fue lo más importante.