entonces la gente adquiere perfil de lágrima,
húmedas orillas,
cierto sabor salado,
y la vida es esa furia que nos nubla el horizonte
cuando de pronto giramos el rostro.
Pero también, cuando la bruma se disipa,
queda para nuestro asombro un cielo limpio,
un sueño ligero, una extraña dulzura en las manos.
Todo se redime entonces
por un tiempo.
Los rostros recuperan su color
por un tiempo.
Y es precisamente en esa brevedad
donde yace el ángel que somos,
donde toman forma
las esperanzas,
y también
donde se fragua
nuestra siguiente caída.
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