Comencé a utilizar internet en 1998. Lo usaba para buscar letras de canciones, información sobre grupos de rock, escritores, y pornografía. Como no tenía computadora en casa, lo hacía en las aulas de informática de
UPIICSA. Navegaba en Netscape y nunca en ese entonces utilicé el chat o entré a alguna comunidad. Mi idea de ese tipo de comunicación estaba llena de prejuicios (todavía hay algo de eso, por ejemplo: no uso messenger, ni siquiera lo tengo instalado en mi máquina), muchos infundados, pero así era y me sentía orgulloso de ello.
2 años después, ya con computadora en la casa y con un trabajo que ponía a mi alcance internet sin restricciones conocí
Ficticia, la ciudad virtual de
Marcial Fernández, dedicada al cuento y las minificciones. Ficticia te permitía (todavía lo hace) publicar tus textos en forma inmediata, y lo mejor:
tallerearlos con los otros usuarios. Esa fue el primer "foro" en el que participé. Y como todo novato, desconocía el protocolo de los foros virtuales. Ficticia era una página nueva, y la mayoría de sus entonces usuarios se tomaban muy en serio el asunto de la "comunidad literaria". Era común encontrar, entre los recurrentes sombrerazos, abrazos y saludos que los usuarios nos prodigabamos, acres disputas. Todas ellas pendejas y motivadas por la soberbia. Ya saben, me refiero a esa mezquina práctica del "yo sé más que tú; no, yo sé más que tú; te equivocas, yo sé más que tú", y
ad nauseam...
Sin embargo, Ficticia no era un lugar desagradable, todo lo contrario, había "amistades", gente que te apreciaba y a la que tú apreciabas también y con quienes te escribías de forma personal e incluso veías de cuando en cuando... hasta que alguien descubrió que podía
clonar los nicks de los demás. Así aparecieron las primeras "críticas" destructivas, los comentarios emponzoñados, las injurias. A ese tipo de peleas, ahora lo sé, se les conoce, en el argot informático, como Guerras flamígeras. Y a esto siguió una lógica aparición de desconfianzas, alianzas y enemistades. Se le planteó a Marcial la necesidad de crear un nick registrado, para que nadie pudiese clonar a nadie. Marcial, en ese entonces, no consideró necesario hacerlo. Sería como coartar la libertad de los ficticianos, cosa contraria a los intereses del proyecto, ya que Ficticia, la ciudad virtual, era anárquica en el mejor sentido de la palabra.
Lo malo de las guerras flamígeras es que en ellas, como en el chat, se carece de referentes como los matices y tonos de la voz, de los ademánes, de la gesticualción corporal. Y un comentario que en persona provocaría risas y complicidad, en el chat, o en el foro, se pueden transformar totalmente en otra cosa. Ya lo dijo no sé quien: los significados se deslizan. Y si a esto le añadimos mala leche, demasiado tiempo libre, y el hecho de que en internet puedes tomar (o forjarte) la identidad que desees... ya podemos imaginarnos.
En algún momento los diques se rompieron en Ficticia. La guerra flamígera involucró a casi todos los entonces usuarios. Los insultos, e incluso las amenazas, subieron bastante de volumen. Pero no se crea que todos clonaban. Algunos siguieron utilizando su propio nick, otros se fabricaron uno o más personajes específicos para pelear y discutir, y el resto... el resto dieron rienda suelta a su esquizofrenia virtual.
Así fue como sucedió que la primera generación de ficticianos reventó y terminó por abandonar el foro. Recuerdo en particular el caso de un amigo que no acostumbraba clonar a nadie ni se escudaba en nuevos nicks para agredir. El día en que se involucró en una pelea lo hizo con su nick de siempre, sin ocultarse. Y eso fue todo, porque además este amigo no tenía tanto tiempo libre para perderlo en Ficticia y además su trabajo lo alejaba en ocasiones de las computadoras y el internet. Un día la guerra flamígera arreció. Aparecieron en el foro decenas de virulentos mensajes atacando al clonador más evidente de Ficticia, un niñato con delirios de escritor y demasiado tiempo en sus manos que ya nos tenía a todos hasta la madre. Los mensajes llevaban un nick nuevo, de manera que no era posible saber quién los había escrito en realidad. Mi amigo, como buen ingeniero civil, llevaba días en la obra en que entonces trabajaba. Lo último que le preocupaba era lo que sucediera o dejara de suceder en Ficticia. Así que no se enteró de como el niñato le acusó de ser el autor de los mensajes. El niñato no fue el único. Muchos más, recordándo que mi amigo había mandado a la chingada al niñato en varias ocasiones, haciéndose blanco de sus rabietas, también lo acusaron. Y mi amigo... en babia. Lo mejor vino cuando una de mis amigas ficticianas me llamó por teléfono y me confesó que ella había escrito los mensajes contra el niñato.
Días después, una vez que mi amigo supo todo el argüende, me dijo que abandonaría Ficticia. La razón era muy simple: si los Ficticianos (aquí dijo varios nombres) piensan que pude haber sido capaz de escribir esas cosas... entonces es porque tienen un concepto muy pobre de mí. ¿Por que no lo aclaras? pregunté. Que se vayan a la mierda, respondió, ¿que necesidad tengo de aclarar ese tipo de cosas? Tenía razón.
Mi amigo no fue el primero en abandonar Ficticia, pero luego de él siguieron otros, y otros, entre ellos yo, hasta que de la primera generación de ficticianos quedaron si acaso 2 o 3 en activo... al menos con su nick original.