Cars, girls & boomerangs
OST: Everything but the girl - Driving (acoustic).mp3
A D le gustaba hacer el amor sobre el auto de su esposo. No, no me equivoqué, dije sobre el auto, un Sentra color negro.
Sobre el cofre para ser más precisos.
Todo comenzó igual que muchas de las cosas que pasan en nuestra vida, es decir: como por casualidad. Casualidad el que la camioneta de D estuviese en el taller mecánico; casualidad que el auto de su esposo fuera el único disponible, casualidad que el hotel al que nos gustaba ir fuera también garage y tuviera esas puertas metalicas corredizas que te aislan del mundo. Y sobre todo casualidad el que ese día, luego de haber cerrado las puertas corredizas del garage, D y yo comenzaramos a besarnos en vez de esperar a estar dentro de la habitación. Ven, me dijo D, tendiéndose sobre el cofre del auto.
Sí, ya sé que la chica no es D, ni el auto es un Sentra negro, pero ilustra lo que cuento, ¿no?
Al terminar le mostré las manchas sobre el cofre. Vamos a tener que limpiarlo, dije, convencido de que si no lo hacíamos el esposo terminaría por descubrirnos. No te apures, dijo, yo me encargo. Después entramos a la habitación y nos olvidamos del asunto. Pero a partir de ese día, en cada uno de nuestros encuentros, D llevaba el auto de su esposo. Es mi fetiche, coqueteaba. Y yo sabía que tenía razón, pero además sabía que se trataba de algo más personal entre ella y su esposo, algún tipo de revancha de la que no me había hablado, y de la que no necesaitaba enterarme.
Fue divertido por un tiempo, me recordaba algunas películas, me alimentaba fantasias. Todos los viernes quedabamos de vernos en el café, de ahí salíamos rumbo al hotel, donde pasabamos juntos hasta las 11 de la noche, hora en que ella regresaba con su familia. Yo me quedaba a pasar la noche en el hotel, mirando los canales pornográficos. Era una rutina deliciosa. Nuestra burbuja, decía ella. Y me imagino que nunca supo qué tan exacta era esa comparación, porque lo nuestra era como una burbuja: bello y efímero, frágil.
Yo sabía que las burbujas se revientan, y cuando esto pasa no queda nada en pie. Parece una cosa sin importancia, pero la violencia que convierte a la burbuja en gotas de agua y en un ¡plop! a veces mudo suele ser terrible en su minúscula escala.
Cierto día, cuando llegabamos al hotel, vimos a una mujer discutiendo con el administrador. Dejeme pasar, gritaba la mujer, ayer estuve en ese cuarto y olvidé una cadena de oro. El administrador le explicaba que no podía hacer eso, que la habitación estaba ocupada y que además las personas del aseo habían pasado por la mañana y no reportaron ninguna alhaja. La mujer estaba alterada, comenzó a manotear. El administrador tuvo que llamar a la gente de seguridad. D y yo nos miramos. No hay cadena. Esta cachó al marido y lo quiere agarrar en la movida, coincidimos.
Entramos directamente al cuarto, olvidándonos de la rutina del auto. El resto del día estuvimos inquietos. No supimos cómo terminó el asunto de la cadena, pero supimos que había sido algún tipo de señal. No tiene por qué pasarnos lo mismo, intentó D. ¿Conoces el efecto boomerang? pregunté. Y pensé en el Sentra negro, en las manchas sobre el cofre. Imaginé que D no se tomaba la molestia de limpiarlo, que se lo devolvía así al marido; imaginé que eso le causaba placer.
Aveces hay que saber retirarse de la fiesta en el momento oportuno, aunque este sea cuando mejor te la estas pasando.
A D le gustaba hacer el amor sobre el auto de su esposo. No, no me equivoqué, dije sobre el auto, un Sentra color negro.
Sobre el cofre para ser más precisos.
Todo comenzó igual que muchas de las cosas que pasan en nuestra vida, es decir: como por casualidad. Casualidad el que la camioneta de D estuviese en el taller mecánico; casualidad que el auto de su esposo fuera el único disponible, casualidad que el hotel al que nos gustaba ir fuera también garage y tuviera esas puertas metalicas corredizas que te aislan del mundo. Y sobre todo casualidad el que ese día, luego de haber cerrado las puertas corredizas del garage, D y yo comenzaramos a besarnos en vez de esperar a estar dentro de la habitación. Ven, me dijo D, tendiéndose sobre el cofre del auto.
Sí, ya sé que la chica no es D, ni el auto es un Sentra negro, pero ilustra lo que cuento, ¿no?
Al terminar le mostré las manchas sobre el cofre. Vamos a tener que limpiarlo, dije, convencido de que si no lo hacíamos el esposo terminaría por descubrirnos. No te apures, dijo, yo me encargo. Después entramos a la habitación y nos olvidamos del asunto. Pero a partir de ese día, en cada uno de nuestros encuentros, D llevaba el auto de su esposo. Es mi fetiche, coqueteaba. Y yo sabía que tenía razón, pero además sabía que se trataba de algo más personal entre ella y su esposo, algún tipo de revancha de la que no me había hablado, y de la que no necesaitaba enterarme.
Fue divertido por un tiempo, me recordaba algunas películas, me alimentaba fantasias. Todos los viernes quedabamos de vernos en el café, de ahí salíamos rumbo al hotel, donde pasabamos juntos hasta las 11 de la noche, hora en que ella regresaba con su familia. Yo me quedaba a pasar la noche en el hotel, mirando los canales pornográficos. Era una rutina deliciosa. Nuestra burbuja, decía ella. Y me imagino que nunca supo qué tan exacta era esa comparación, porque lo nuestra era como una burbuja: bello y efímero, frágil.
Yo sabía que las burbujas se revientan, y cuando esto pasa no queda nada en pie. Parece una cosa sin importancia, pero la violencia que convierte a la burbuja en gotas de agua y en un ¡plop! a veces mudo suele ser terrible en su minúscula escala.
Cierto día, cuando llegabamos al hotel, vimos a una mujer discutiendo con el administrador. Dejeme pasar, gritaba la mujer, ayer estuve en ese cuarto y olvidé una cadena de oro. El administrador le explicaba que no podía hacer eso, que la habitación estaba ocupada y que además las personas del aseo habían pasado por la mañana y no reportaron ninguna alhaja. La mujer estaba alterada, comenzó a manotear. El administrador tuvo que llamar a la gente de seguridad. D y yo nos miramos. No hay cadena. Esta cachó al marido y lo quiere agarrar en la movida, coincidimos.
Entramos directamente al cuarto, olvidándonos de la rutina del auto. El resto del día estuvimos inquietos. No supimos cómo terminó el asunto de la cadena, pero supimos que había sido algún tipo de señal. No tiene por qué pasarnos lo mismo, intentó D. ¿Conoces el efecto boomerang? pregunté. Y pensé en el Sentra negro, en las manchas sobre el cofre. Imaginé que D no se tomaba la molestia de limpiarlo, que se lo devolvía así al marido; imaginé que eso le causaba placer.
Aveces hay que saber retirarse de la fiesta en el momento oportuno, aunque este sea cuando mejor te la estas pasando.
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