Manchas de sangre
Una de las cosas a las que me dediqué durante 2006 y parte del 2007 fue a beber. El resultado, además de acidez estomacal, fueron varios kilos ganados, con lo que dejé atrás mi imagen de eterno flaco. En sólo unos meses mi vientre antes plano se hinchó como el de un recién casado. Mi ropa comenzó a quedarme justa, en especial los pantalones. El cinturón también dejó constancia de su incapacidad para detener mis carnes. Entonces vino la acidez. Un dolor constante se instaló en la boca de mi estomago, la diarrea se hizo habitual, así como los repentinos sudores y las migrañas, pero no fue sino hasta el día en que vi las primeras manchas de sangre en el papel higiénico que pensé haber ido demasiado lejos. Hipocondríaco que soy tenía miedo de ir al doctor y escuchar que mi higado y mi estomago estaban destrozados. Esto fue durante julio de 2007. Y supongo que de no haber sido por la alarma de mi cuerpo, hubiera seguido bebiendo amparado en el pretexto de mi depresión y tu ausencia. Pretexto inutil además porque ni mi depresión ni todas las botellas que pudiera beber iban a traerte de vuelta, y mucho menos iban a ayudarme a conseguir un cambio para bien en mi vida, por el contrario: anunciaban dejarme nuevas heridas.
¿Cuál era el menú de esos días? Un vaso grande -tipo jugo- de jerez a la hora de la comida, otro más saliendo de la oficina (a veces dos, si hacía alguna escala en el centro), y un número variable de cervezas al llegar a casa. Eso entre semana. Los sábados y domingos no tomaba jerez, pero el número de cervezas aumentaba considerablemente. Hubo varios domingos en que no sé cómo llegué a casa. ¿Que me la pasaba de fiesta? Ja, de ninguna manera. Lo mío no era social, ni tampoco se trataba de algún método para convertirme en escritor del realismo sucio. No, se trataba de algo solitario y autodestructivo. Era beber y echarse a caminar, y luego volver a beber y seguir caminando. No había sabiduría callejera, ni amigos. Tampoco estabas tú. En cambio estaba mi vientre hinchado, mi olor a alcohol en horas de oficina, mi departamento desordenado y oscuro, y manchas de sangre en el papel higiénico... Luego vino ese fin de semana tan horrible, y el hastío. Hastío de mí, de dolerme tan a lo pendejo, de mi destrucción sin gracia ni gloria. Al día siguiente dejé de beber y, cosa rara, en menos de una semana mi estomago mostró sígnos de mejoría. Se acabó la acidez, regresó mi apetito normal, se acabaron las manchas de sangre. Y aunque en principio no lo noté, también comenzó a desaparecer mi panza prematura. Hoy mis ropas vuelven a quedarme holgadas, el trabajo estancado volvió a prosperar, la vida social aumentó también, reencontré amigos, perdí otros más, terminé proyectos, he dejado de usar la bebida como muletilla.
También es cierto que tú sigues estando ausente y que mi mente te lleva hasta mi cama cada noche, pero, hey ¿quién dijo que el mundo era perfecto? Al menos he vuelto a estar delgado.
¿Cuál era el menú de esos días? Un vaso grande -tipo jugo- de jerez a la hora de la comida, otro más saliendo de la oficina (a veces dos, si hacía alguna escala en el centro), y un número variable de cervezas al llegar a casa. Eso entre semana. Los sábados y domingos no tomaba jerez, pero el número de cervezas aumentaba considerablemente. Hubo varios domingos en que no sé cómo llegué a casa. ¿Que me la pasaba de fiesta? Ja, de ninguna manera. Lo mío no era social, ni tampoco se trataba de algún método para convertirme en escritor del realismo sucio. No, se trataba de algo solitario y autodestructivo. Era beber y echarse a caminar, y luego volver a beber y seguir caminando. No había sabiduría callejera, ni amigos. Tampoco estabas tú. En cambio estaba mi vientre hinchado, mi olor a alcohol en horas de oficina, mi departamento desordenado y oscuro, y manchas de sangre en el papel higiénico... Luego vino ese fin de semana tan horrible, y el hastío. Hastío de mí, de dolerme tan a lo pendejo, de mi destrucción sin gracia ni gloria. Al día siguiente dejé de beber y, cosa rara, en menos de una semana mi estomago mostró sígnos de mejoría. Se acabó la acidez, regresó mi apetito normal, se acabaron las manchas de sangre. Y aunque en principio no lo noté, también comenzó a desaparecer mi panza prematura. Hoy mis ropas vuelven a quedarme holgadas, el trabajo estancado volvió a prosperar, la vida social aumentó también, reencontré amigos, perdí otros más, terminé proyectos, he dejado de usar la bebida como muletilla.
También es cierto que tú sigues estando ausente y que mi mente te lleva hasta mi cama cada noche, pero, hey ¿quién dijo que el mundo era perfecto? Al menos he vuelto a estar delgado.
Etiquetas: miscelanea
1 Comments:
Yo estuve asi, n lo haces por "hacrte el artista incomprendido" solo lo haces.
por eso me cagan los que se sienten bukowsky nomas por leerlo, y quieren ponerse a beber "para ver que se siente", ahora son niños sanos que corren por el malecon
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